Columna: El cáncer de mama y la reconstrucción de la feminidad, la mirada desde la psicooncología

La psicooncología acompaña los procesos oncológicos desde una mirada integral, ayudando a las mujeres a reencontrarse con su cuerpo, su identidad y su fuerza interior.

Hablar del cáncer de mama: una experiencia que atraviesa la vida entera
Hablar del cáncer de mama es hablar de historias, de cuerpos que cambian, de miedos y esperanzas. Es hablar de la vida misma, de esa pausa que genera el diagnóstico y de todo lo que se pone en juego a partir de ese momento. Cada mujer que recibe un diagnóstico oncológico enfrenta un terremoto emocional: la incertidumbre, la ansiedad, el miedo al futuro, la alteración de la rutina, las expectativas familiares y la imagen corporal que empieza a transformarse.

El cáncer de mama no solo afecta la salud física. Toca la identidad, la feminidad, los vínculos, el sentido de seguridad, e incluso la manera de mirarse al espejo. Por eso, cuando una mujer entra a mi consultorio, sé que trae consigo algo más que un diagnóstico: trae una historia, una vida que por un instante se desacomodó, y una necesidad profunda de ser escuchada sin juicios.

Ahí es donde comienza el trabajo de la psicooncología. Porque acompañar un proceso oncológico no significa solo contener el dolor o brindar apoyo emocional. Significa ayudar a transitar los cambios, a recuperar el control interno, a sostener la esperanza y a construir una nueva forma de bienestar, incluso en medio del tratamiento.

La psicooncología: un puente entre lo emocional y lo médico
La psicooncología es una especialidad dentro de la psicología que se enfoca en el acompañamiento emocional de las personas con diagnóstico de cáncer y de sus familias. Su objetivo es atender las necesidades psicológicas que surgen a lo largo de todo el proceso: desde el impacto inicial del diagnóstico hasta la adaptación a los tratamientos y los cambios posteriores.

Este abordaje no se limita a intervenir en el momento de crisis. También busca promover recursos internos, favorecer la comunicación con el equipo médico y la familia, y acompañar la toma de decisiones desde un lugar de mayor serenidad.

Durante el proceso oncológico pueden aparecer múltiples emociones: miedo, enojo, tristeza, incertidumbre, ansiedad, culpa o incluso alivio. Cada una cumple una función. La psicooncología no intenta suprimirlas, sino permitir que se expresen y se transformen, acompañando a la persona en el camino de darle sentido a lo que vive.

Desde esta perspectiva, no se trata de “luchar” contra el cáncer. Esa metáfora bélica, tan frecuente, puede generar presión o sentimientos de culpa. No todas las personas se sienten identificadas con la idea de “batalla”. En cambio, acompañamos a las pacientes a habitar el proceso: a reconocer sus emociones, a validar su experiencia y a sostener su humanidad incluso en los momentos más difíciles.

El cuerpo y la feminidad: una transformación que va más allá de lo físico
El cáncer de mama interpela directamente la imagen corporal y la vivencia de la feminidad. Las cirugías, los tratamientos y sus efectos secundarios producen cambios visibles: la pérdida del cabello, las cicatrices, la mastectomía. Pero más allá del impacto estético, estos cambios tocan un lugar profundo: el de la identidad.

El pecho no es solo una parte del cuerpo; tiene un fuerte valor simbólico asociado a la maternidad, la sexualidad, el erotismo y la feminidad. Su pérdida o modificación puede generar sentimientos de tristeza, vergüenza o desconexión con el propio cuerpo. Muchas mujeres relatan que dejan de reconocerse frente al espejo, o que sienten que “ya no son las mismas”.

Desde la psicooncología, trabajamos para reconstruir el vínculo con el cuerpo. No desde la exigencia de “volver a ser como antes”, sino desde la posibilidad de reconciliarse con una nueva forma de ser y habitarse. Recuperar la confianza, aceptar las marcas como parte de la historia y redescubrir la belleza en lo auténtico son pasos fundamentales de ese proceso.

El acompañamiento terapéutico: volver a sentirse en casa
Cada mujer que acompaño transita el cáncer de mama de manera distinta. Algunas necesitan hablar; otras solo estar en silencio. Algunas se fortalecen en la compañía de sus seres queridos; otras necesitan un espacio íntimo para conectar con sus emociones.

El acompañamiento psicológico se adapta a cada historia. En las sesiones individuales se trabaja la gestión de la ansiedad, el insomnio, el miedo a las recaídas o la angustia ante los cambios físicos. También se aborda la relación con la familia, la pareja y el entorno social, ya que muchas veces los demás tampoco saben cómo acompañar o qué decir.

A veces, lo más importante no es encontrar respuestas, sino ofrecer un espacio donde no haya que fingir fortaleza. Donde se pueda llorar, enojarse o simplemente descansar de la exigencia de “estar bien”. Porque sanar emocionalmente también implica permitirse la vulnerabilidad.

Sanar en red: el valor del acompañamiento grupal
En la provincia de Formosa desarrollo mi práctica en Sanidar y Sion, donde trabajamos en equipo con nutricionistas, enfermeros, médicos clínicos y oncólogos. Creemos que la atención integral es la base de una mejor calidad de vida. El bienestar no es solo físico: también es emocional, relacional y espiritual.

Dentro de este enfoque interdisciplinario, coordino el grupo OncoAmigos, un espacio destinado a mujeres que transitan o han transitado un tratamiento oncológico. En cada encuentro, las palabras circulan, las experiencias se comparten y las emociones encuentran un lugar donde ser contenidas.

Allí, las pacientes descubren que no están solas. Que sus miedos y dudas son compartidos, y que la esperanza puede nacer del simple hecho de sentirse comprendidas. Entre risas, lágrimas y abrazos, aprenden que también se puede sanar desde el afecto.

El trabajo grupal tiene un poder reparador inmenso. Escuchar a otra contar cómo atravesó una cirugía o cómo enfrentó los cambios del cuerpo puede iluminar el camino de quien recién comienza. La empatía entre pares genera una red invisible de sostén que ningún tratamiento médico puede reemplazar.

El rol de la espiritualidad y el sentido de vida
En muchos casos, el cáncer confronta a las personas con preguntas profundas: “¿Por qué a mí?”, “¿Qué sentido tiene lo que me pasa?”, “¿Cómo sigo después de esto?”. Estas preguntas no tienen respuestas únicas, pero abren la posibilidad de una transformación interna.

La psicooncología reconoce el valor de la espiritualidad —entendida no necesariamente como religiosidad, sino como búsqueda de sentido—. Reconectar con los valores personales, con la naturaleza, con la gratitud o con la fe puede ser un punto de apoyo fundamental.

He visto mujeres que, en medio de la enfermedad, encontraron nuevas pasiones, fortalecieron vínculos o descubrieron una calma que antes no conocían. No se trata de romantizar el sufrimiento, sino de reconocer que, en ocasiones, el dolor también despierta una nueva manera de mirar la vida.

El impacto en los vínculos y la familia
El cáncer no afecta solo a quien lo padece, sino también a su entorno. Parejas, hijos, amigos y cuidadores atraviesan su propio proceso emocional. Muchas veces la familia se siente desbordada o impotente frente al sufrimiento del ser querido.

Por eso, la psicooncología también incluye el acompañamiento a familiares y cuidadores. Brindar herramientas de comunicación, enseñar estrategias de autocuidado y generar espacios para que también ellos puedan expresar sus emociones es clave para sostener una red saludable.

Una familia contenida y acompañada emocionalmente puede ser una fuente de enorme fortaleza para la paciente. El vínculo afectivo, cuando se basa en la comprensión y la empatía, puede tener efectos positivos incluso en la recuperación física.

Aprender a habitar el cambio
A lo largo de mi práctica, he aprendido tanto de las mujeres que acompaño como de la profesión misma. He visto valentía en el silencio, ternura en los gestos cotidianos y una capacidad infinita de resiliencia.

El cáncer de mama enseña a vivir en el presente, a valorar lo esencial, a decir “te quiero” más seguido, a permitirse pedir ayuda. Enseña, también, que no todo está bajo control, y que aprender a soltar puede ser una forma de libertad.

En ese aprendizaje, la psicooncología se vuelve un faro. No porque tenga respuestas mágicas, sino porque ofrece presencia, escucha y acompañamiento genuino. Y a veces, eso es exactamente lo que más se necesita: alguien que sostenga la esperanza cuando parece desvanecerse.

Octubre Rosa: una invitación a hablar y acompañar
Cada octubre, el Mes Rosa nos recuerda la importancia de la prevención y la detección temprana del cáncer de mama. Pero también nos invita a reflexionar sobre lo que no siempre se dice: el impacto emocional que deja el diagnóstico, la reconstrucción de la feminidad y la necesidad de acompañamiento integral.

Hablar del cáncer de mama es visibilizar el valor de las emociones en la salud. Es reconocer que el cuerpo y la mente no son dos entidades separadas, sino un todo que necesita cuidado, respeto y comprensión.

La psicooncología nos enseña que la feminidad no desaparece con una cirugía ni con una cicatriz. Se transforma. Se redefine. Florece de otra manera. Cada historia de cáncer de mama es también una historia de reconstrucción y de vida.

Mirar hacia adelante: la vida después del cáncer
Superar el cáncer no significa olvidar lo vivido, sino integrar la experiencia y seguir adelante con una nueva perspectiva. Muchas mujeres hablan de un “antes y después”, de un cambio profundo en su forma de valorar la vida.

El acompañamiento psicooncológico también abarca esta etapa: la vuelta a la rutina, el miedo a las revisiones médicas, los cambios en la relación con el cuerpo y la pareja, y el deseo de recuperar proyectos personales.

Aprender a vivir sin que el cáncer defina cada día es parte del proceso. Y aunque el camino pueda ser incierto, está lleno de posibilidades de crecimiento, de amor y de reencuentro consigo mismas.

Un cierre y una certeza
La psicooncología me recuerda todos los días que detrás de cada diagnóstico hay una mujer con una historia, un mundo emocional y una enorme capacidad de resiliencia. Acompañar ese camino es un privilegio y un acto profundamente humano.

El cáncer de mama puede dejar cicatrices, pero también despierta una fuerza que transforma. Una fuerza que nace del amor, del apoyo, del encuentro con otras y del deseo de seguir eligiendo la vida, incluso en medio del dolor.

La feminidad, en ese sentido, no se pierde: se reconstruye. Y cada vez que una mujer vuelve a sonreír frente al espejo, vuelve también a florecer.

Carla Robles – Lic. en Psicología (MP 226 | MN 71862)
Magíster en Psicooncología – Formosa Capital
Instagram: @Carlaroblespsi | @Sion.fsa | @Sanidar.fsa

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