Tragedias antiguas: ¿los romanos tuvieron la suya?

Cuando pensamos en la tragedia antigua, la mente nos remonta casi de inmediato a los vastos escenarios griegos, a las majestuosas obras de Esquilo, Sófocles y Eurípides, con sus héroes inquebrantables y dilemas morales que resonaron por milenios.

Sin embargo, ¿qué hay de su contraparte en el corazón del Imperio Romano? ¿Existió una «tragedia romana» que rivalizara con la griega? La respuesta es un rotundo sí, aunque con una personalidad propia, marcadamente distinta y, para algunos, aún más cruda.

Mientras Grecia buscaba la catarsis, la purificación del alma a través del sufrimiento del héroe, Roma se inclinó por el impacto visceral.

La tragedia romana, aunque bebió en gran medida de las fuentes helénicas, especialmente de Eurípides, desarrolló un sabor particular, más dado al horror, a la violencia explícita y al desgarro de las pasiones humanas llevadas al extremo.

No era raro que las obras exhibieran escenas truculentas, con sangre y venganza desatada en el escenario, buscando conmover (o quizás impactar) al público a través de la intensidad del sufrimiento y la depravación.

Los primeros pasos de la tragedia en Roma, durante la República, vieron a autores como Nevio, Ennio, Pacuvio y Accio, quienes a menudo adaptaban temas griegos.

Pero la innovación no se hizo esperar: surgió la «fábula praetexta», un subgénero que, por primera vez, ponía en escena leyendas e historias propias de Roma, dotando al teatro de un sello identitario.

No obstante, el nombre que resuena con mayor fuerza en la tragedia romana es el de Lucio Anneo Séneca, el filósofo estoico que vivió en el siglo I d.C. Sus obras, como «Medea», «Fedra» o «Tiestes», son el epítome de la tragedia romana, con personajes consumidos por la furia, la ambición y la sed de venganza.

Lucio Anneo Séneca.

En sus dramas, la retórica juega un papel crucial, con largos monólogos donde los personajes exponen sus atormentadas almas y sus reflexiones morales, a menudo imbuídas de la filosofía estoica que Séneca profesaba.

Un punto clave que diferencia la tragedia romana de la griega es su evolución. Mientras la griega mantenía una profunda conexión con los festivales religiosos y el ritual colectivo, la romana, con el tiempo, se fue desvinculando de la representación masiva.

Las tragedias de Séneca, por ejemplo, son consideradas por muchos estudiosos más como ejercicios literarios para ser leídos y recitados en círculos intelectuales, que como obras destinadas a la gran puesta en escena. Esto no le resta mérito, sino que le otorga un carácter más íntimo y reflexivo, a pesar de la brutalidad de sus tramas.

La tragedia romana, con su énfasis en lo macabro y lo patético, su carga retórica y su posterior inclinación hacia la lectura, dejó una huella innegable. La influencia de Séneca, en particular, fue inmensa en épocas posteriores, inspirando a dramaturgos del Renacimiento y del Barroco, incluyendo al mismísimo William Shakespeare, quien encontró en sus páginas la intensidad y el dramatismo que caracterizarían muchas de sus propias obras.

Así que, la próxima vez que se hable de tragedias antiguas, recordemos que, más allá de la Acrópolis, en el corazón del Lacio, los romanos también levantaron sus propios telones, ofreciendo al mundo una visión tan trágica como fascinante de la condición humana.

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